La hipoteca

Al acercarse a su destino, a ambos se les acelera un poco el pulso. Se trata de mucho dinero.
La fachada es impropia de una sucursal bancaria. Paneles fenólicos blancos y vidrios blanquecinos tratados al ácido. No hay ninguna banderola publicitaria. En la parte superior, en letras blancas en relieve, puede leerse VIDABANK, y en la enorme cristalera translucida junto a la puerta, un cartel minimalista que oferta con letras en un tenue gris “Life-mortgage, la hipoteca de tu vida”, el mismo producto que hace diez años contrataron Javier y Antonia cuando decidieron cambiar de casa y vivir en una zona más tranquila.
El interior de la sucursal sigue igual. Mientras el resto de bancos iban cambiando constantemente su imagen por fusiones o por actualizaciones de la imagen corporativa, VidaBank ha permanecido impasible en el tiempo. Un interior completamente blanco, como si de una cueva excavada en la nieve se tratase. Suelos, paredes, techo y mobiliario. Luces fluorescentes. Ningún folleto comercial. Ningún panel publicitario. Una suave y agradable melodía rompe el silencio que ofrece el magnífico aislamiento acústico del local. Justo en el centro, tan solo una mesa y dos sillas, con el director trabajando en ella. Traje blanco, camisa blanca, corbata blanca, zapatos blancos, pelo y barba canos. Y una sonrisa de dentadura perfecta al ver entrar a Javier y Antonia.
- ¡Buenos días, les estaba esperando!
- Buenos días – respondió Javier.
Sobre la mesa no había ni un papel, sólo el teclado, el ratón y la pantalla de último modelo de ordenador de Apple. Javier comenzó a hablar sin rodeos.
- Le pedimos una cita porque queremos aclarar algo sobre la carta que recibimos la semana pasada. Dice que… – sacó el documento doblado del bolsillo interior de su cazadora de ante y comenzó a leer - … de acuerdo con las condiciones generales establecidas en el producto bancario “Life-mortgage, la hipoteca de tu vida” y en aplicación de la cláusula 281.3.b del contrato hipotecario, se decide la amortización del capital e intereses totales pendientes antes del 31 de diciembre del presente año.
- Correcto – confirmó el director sin perder la sonrisa.
- Pero nosotros no podemos liquidar la hipoteca, no disponemos de ese dinero, nos quedan quince años para terminar de pagarla.
- Sabemos que no dispone de ese dinero, pero los avances tecnológicos y de desarrollo de la empresa Vida-Technologies, propietario de VidaBank, nos permite aplicar la cláusula 281.3.b. Tenga en cuenta que una de las condiciones establecidas para concesión de la hipoteca es poder exigir unilateralmente la liquidación, en sus circunstancias ningún otro banco les ofrecía el dinero, y nosotros lo hicimos con esa condición, vinculada a la aplicación de la cláusula 281.3.b cuando el nivel de desarrollo del proyecto Life2000 lo permitiese. Y ese momento ya ha llegado. Supongo que todo esto se lo explicaron en la notaría antes de la firma.
El matrimonio se miró para comprobar si alguno recordaba aquello.
- El caso es que he leído detenidamente la dichosa clausula y no hay quien la entienda. – Añadió Javier - Habla de procesos genéticos, sistemas de conversión y regeneración orgánica, esperanza de vida… Y a mí lo único que me preocupa es que el 31 de diciembre no tendré el dinero que me reclaman.
El director se levantó y dijo -No se preocupe. El dinero no será un problema para ustedes – Se dirigió a una de las paredes panelada y recogió el tabique móvil para mostrar en la sala colindante, igualmente blanca y fría, la Life2000, una máquina con forma de huevo a cuyo interior se podía acceder a través de una puerta de eje horizontal. Del techo interior de la máquina colgaba una suerte de casco, había unos huecos en el frontal para encajar las manos, unas abrazaderas como las de los tensiómetros, un respirador… El exterior impoluto de la máquina contrastaba con el sofisticado interior.
Javier se asustó. Antonia se asustó mucho más.
- Han sido muchos años de investigación y desarrollo, mucho dinero invertido, pero ya es posible aplicar de forma segura la cláusula 281.3.b de nuestros contratos. Life2000 les permitirá saldar su deuda en el acto y sin que tengan que preocuparse por el dinero.
- Oiga – interrumpió Javier preocupado – no entiendo de qué me habla ni qué es ese cachivache de ahí, yo sólo quiero seguir pagando mis cuotas mensuales como venía haciendo. Saben de sobra que soy un buen pagador, no han tenido ni un problema conmigo en todos estos años.
- Cierto – respondió el director – pero los tiempos cambian y el negocio bancario debe adaptarse a ellos. Verán, llega un momento en el que a la gente poderosa le da igual tener 10 millones de euros más o menos. Pero no les da igual tener 10 años más o menos, y pese a que son multimillonarios, no pueden hacer nada por detener el tiempo. Ese es el nicho de negocio.
- ¿Cómo? – preguntó Antonia con la voz entrecortada.
- Les estamos dando la posibilidad de saldar su deuda no con dinero, sino con tiempo. Vida-Technologies ha trabajado durante años para identificar los indicadores y establecer los criterios a aplicar en los procesos de vertido en el almacenador temporal de Life2000. Todo cuenta con el aval de la Organización Mundial de la Salud para que el proceso sea no sólo seguro, sino también lo más ajustado posible a las características étnicas y sociales. Y también se cuenta con el respaldo del Banco Mundial en cuanto a los criterios de simulación económica global a aplicar en los plazos aplicables a cada sujeto. Dicho de otra forma, Life2000 sustraerá años de su vida a partir de los cálculos y simulaciones que la máquina realiza en función de la cantidad y los años pendientes, el análisis clínico del sujeto, la proyección de las enfermedades que puede sufrir en ese plazo y la incidencia de posibles crisis económicas en la actividad laboral.
El matrimonio no creía lo que estaba oyendo.
- Con unos fondos de tiempos considerables, VidaBank podrá comercializar un nuevo producto innovador por el que muchos pagarán lo que se les pida, consistente en la transferencia de años. Sólo hay que invertir el proceso en Life2000 para que cualquiera que pueda permitírselo vuelva a ser más joven.
- ¿De verdad cree que me voy a meter ahí para darle mi vida?
- ¡Pero si ya lo está haciendo! Piense que usted dedica más del cincuenta por ciento de sueldo a pagar la deuda. Eso son cuatro horas al día que usted le dedica VidaBank ¿Y si en lugar de hacerlo a lo largo de quince años lo hacemos en un momento? Juntamos todas esas horas, aplicamos los criterios objetivos de mayoración o minoración y en cinco minutos vuelve a ser un hombre que no le debe nada a su banco. – Hizo una breve pausa – Y no sólo eso. VidaBank le aportará el 0,5% de los ingresos por la venta de su tiempo.
Javier y Antonia estaban
desconcertados. Tenían firmado un contrato aterrador. Pidieron al director
bancario unos días para intentar asimilar todo aquello. Y no fueron días
fáciles. Pensaron en denunciar, pero un amigo abogado les dijo que tal y como
estaba escrito el contrato, o cumplían con lo que les estaban pidiendo o se
verían arruinados, ya que podrían expulsarlos de su vivienda y perder todo lo
que ya habían amortizado. También pensaron en ir a la prensa y contar esa
desgarradora historia que, sin duda, afectaría a miles de usuarios. De hecho,
lo hicieron, pero en el primer encuentro se dieron de bruces con la cruda
realidad. Vida-Technologies y VidaBank inyectaba en publicidad en los
medios tanto dinero, que ninguna empresa de comunicación publicaría su
historia.
Fueron días duros. Desvelos, dudas, discusiones, lamentos. Pero al fin, resignados y sin convencimiento, decidieron acceder a la reclamación. Intentaron ver sin éxito el lado positivo. Intentaron convencerse inútilmente de que era una buena opción. Y así, transcurrió el plazo que se habían dado para tomar una decisión. El lunes de la semana siguiente llegaron a la sucursal bancaria, en la que, además del director, había un hombre con bata blanca, que era el médico supervisor del proceso, y un notario.
Javier entró con dudas en el receptáculo de Life2000, después de darle un beso en la mejilla a su mujer y un apretón en la mano, que no se soltaron hasta el momento de entrar en aquella máquina sacada de una película de ciencia ficción.
El trámite no duró más de cinco minutos. El único ruido que se oía en aquel momento era la impresora de papel continuo que sacaba en tiempo real los datos de aplicación y las incidencias del proceso.
Cuando todo finalizó, la máquina dejó de imprimir y una pequeña bombilla verde se encendió junto a la puerta. La tensión era palpable, hasta el director de la sucursal, que nunca dejaba de mostrar su perfecta sonrisa, tenía un tono serio.
La puerta comenzó a abrirse y todos pudieron ver a Javier. Estaba envejecido. No tanto como para decir que era un anciano, pero sin duda había entrado en esos años en los que la cara empieza a mostrar el pasar de los años. Más arrugas. Más canas. Menos brillo en la piel. Cuando intentó salir necesitó la ayuda de Antonia, que le tendió el brazo para que bajase torpemente de la máquina. No pudo reprimir las lágrimas de resignación al ver a su marido. – Estoy bien – le dijo con la voz un tanto apagada, más pausada que hacía diez minutos.
Aplicando las diferentes simulaciones y considerando la probabilidad estadística de los diferentes escenarios económicos, acababa de entregar cuatro años, que no eran muchos para el impacto que había tenido en su salud y en su apariencia. El matrimonio, en los días previos de desvelos, había realizado algunos cálculos y, desde luego, no esperaban el resultado final que se acababa de producir.
No hablaron nada mientras estampaban ante el notario las firmas en los documentos para cancelar la hipoteca. El director tomó la palabra:
- Hoy mismo recibirán la cantidad que les corresponde del pago que realizará el comprador de tiempo.
El intento de poner algo de consuelo en las mentes de aquellas personas que acababan de vivir algo increíble y aterrador, sólo consiguió por respuesta unas miradas de desprecio y el silencio. Sin decir adiós, comenzaron a caminar hacia la puerta de salida, abandonado el inmaculado local. Antonia llevaba a su marido cogido del brazo, y en el otro, una carpeta con documentos en la que se podía leer “Documento de cancelación de Life-mortgage, la hipoteca de tu vida”.
Justo en el momento de salir, la puerta de la sucursal se abrió de forma repentina. Un joven con traje de aspecto impecable cedía el paso a un anciano que, pese a su torpe caminar, desprendía a su alrededor un aura de poder. El director de la sucursal ya lo esperaba con los brazos extendidos y su blanca sonrisa.
Javier y el anciano cruzaron sus miradas un instante, el suficiente para comprender quienes eran cada uno de ellos.